2012/01/27

PIJAMAS SOLIDARIOS EN BERANGO

EL enfermo se arremolina envuelto en una áspera manta, somnoliento a causa de los dolores. Reposa sobre un fino colchón gastado por el uso y la antigüedad en una cama rudimentaria. En otra habitación cercana una mujer yace retorcida con sus pantalones puestos como si le hubiera faltado tiempo o ganas para quitárselos. La precariedad está tan presente en la localidad bielorrusa de Klimovichi que hasta los pijamas hospitalarios parecen objetos inalcanzables.

La solidaridad de Berango se dirige a una tierra lejana y desconocida y ofrece un rayo de esperanza en forma de pijamas y pañales. Un año más la localidad participa activamente en las campañas solidarias de la asociación Acobi que tratan de aliviar la vida en un territorio sentenciado por el veneno radiactivo de la central de Chernóbil.

En esta ocasión, las prendas de dormir toman el relevo de los juguetes recogidos hace 2 años. Los pijamas son uno de los elementos esenciales de la caravana humanitaria programada para junio en la que esta previsto que participen cargados hasta los topes tres ambulancias, dos todoterrenos y un camión de carga.

Los voluntarios volverán a trasladar material de primera necesidad tan básico como vendas o ropa para compensar las innumerables necesidades. En Klimovichi, las carencias se generalizan y alcanzan a servicios fundamentales como el hospitalario. "Caer enfermo es un grave problema. Los pacientes se muestran resignados a lo que les pueda pasar", señala Adolfo Sangroniz, uno de los organizadores de la caravana. Este berangotarra todavía recuerda la sensación impactante del olor que invadía las instalaciones en una muestra palpable de insalubridad. "Olía a humanidad de forma penetrante", rememora. De hecho, la suciedad es consecuencia de la falta de medios por la carencia de materiales de limpieza.

"Los trabajadores limpian regularmente, pero no tienen detergente", señala. Como el resto de la comarca, el hospital se ha detenido en el tiempo y dispone de medios obsoletos retirados desde hace décadas en Occidente. Por ello, sus técnicas médicas son una mezcla de pericia e imaginación.

"El hijo que acojo llegó en verano con un amasijo de hierros en forma de raqueta porque se había roto el dedo. El especialista que lo trató aquí sacaba fotos al artilugio", recuerda Juanjo de la Fuente, presidente de la asociación.

Pese a todo, acapara recursos impensables para grandes capas de la población. "Tenemos que sentirnos muy agradecidos de la suerte de haber nacido 3.000 kilómetros al oeste", señala Juanjo. Una gran parte de los habitantes de Klimovichi sobreviven a temperaturas de hasta 20 grados bajo cero sin contar con calefacción en construcciones de madera y uralita.

Muchos tampoco tienen agua corriente y, a falta de cuarto de baño, echan mano de letrinas en el exterior para hacer sus necesidades. Klimovichi vive desde el desastre nuclear de 1986 a espaldas de la modernidad y sin margen para la esperanza. Esta localidad todavía no ha podido recuperar su zona muerta, barrios fantasmas con casas vacías marcadas en rojo en las que está prohibido habitar por la alta radiactividad.

Los daños se extienden hasta ahora porque su fábrica de harina, una de las dos únicas de la comarca, ha cerrado también por radiactividad. "El paro es tan alto que sólo quedan niños, mujeres y mayores porque todo el que puede emigra", señala.